¿Recuerdas el slogan "Siempre Precios Bajos" de un supermercado famoso? Hoy vamos a desvelar las consecuencias de este modelo y ofreceremos una alternativa ética.
La estrategia comercial que mantiene siempre bajos precios necesita mantener reducidos los costes de los productos permanentemente. Esta característica obliga al supermercado a reducir y mantener sus costes a nivel bajo, no sólo los de los productos.
Cuando este tipo de supermercados suben sus precios, las y los clientes tardan un tiempo en darse cuenta debido a la confianza con la que compran, creyendo que siguen los mismos precios que hace algunos meses. Es lo que está pasando con la inflación, suben los precios incluso por encima de ella, pero la diferencia es que ahora la gente no puede asumir estas subidas y se está quejando.
Pero este modelo tiene otras consecuencias peores.
Los precios bajos requieren márgenes bajos, así la gente compra en masa. Para ello solo hay una solución: bajar los costes. Por ejemplo, la labor de reducción de precios con los proveedores es toda una gran ventaja competitiva. Les presionan continuamente para conseguir menores costes, incluso con intervención de su negocio y decisiones empresariales. Al final, el proveedor depende económicamente del supermercado y debe vender a menor precio a base de recortar costes, habiendo perdido incluso parte de sus clientes habituales. Esto tiene consecuencias importantes: agricultores y ganaderos que no llegan a fin de mes, productos que pierden su calidad nutritiva, impacto insostenible sobre el medio ambiente, etc. Con los precios baratos siempre pierde alguien, tu salud, las y los productores, el medio ambiente, o las y los trabajadores.
Sin embargo, existen otro tipo de supermercados con una visión muy diferente. Se llaman supermercados cooperativos y su slogan es "Siempre Precios Justos". Este tipo de supermercados le dan la vuelta al modelo y establecen sus precios a partir de las necesidades de toda la cadena alimentaria, lo que incluye a las personas y al medio ambiente.
En el principio de la cadena se sitúan los ecosistemas que permiten producir los alimentos y otros artículos de primera necesidad. Los precios de los productos deben reflejar el impacto que tiene esa producción, y aquí es donde entra la primera diferencia. En los supermercados cooperativos se apuesta prioritariamente por la producción ecológica, que es la que menores impactos genera. Sin embargo, este tipo de producción tiene mayores costes, ya que respeta los ciclos naturales, por lo que su precio es superior. Los productos convencionales compiten dopados (fertilizantes y pesticidas), con restricciones ambientales mínimas (deforestación, contaminación de aguas, etc.) y sin tener en cuenta el bienestar de los seres vivos (macrogranjas), así consiguen ser baratos. Nadie les cobra por estos impactos.
En segundo lugar, tenemos a las personas que cultivan, transforman y elaboran los productos. Si queremos pagarles un salario digno, los precios actuales de la inmensa mayoría de los supermercados no son suficientes. Hay productos basados directamente en la explotación laboral, como pasa en la agricultura o la industria cárnica. En la industria cafetera, por ejemplo, todavía son explotados dos millones de niños. En los supermercados cooperativos apostamos sin embargo por el comercio justo, y pactamos precios superiores con nuestros proveedores. En ocasiones, nuestras remuneraciones son hasta siete veces superiores, casi nada.
En tercer lugar se sitúa la calidad nutritiva y la salud. Los productos de la mayoría de supermercados son comestibles, pero no son nutritivos. Contienen exceso de sales, grasas, aditivos, y abusan de los ultraprocesados. Por eso son baratos, sacian pero no alimentan. Además, las frutas y verduras contienen pesticidas que ingerimos. Sin embargo, en los supermercados cooperativos se ofrecen los mejores productos del mercado, especialmente los ecológicos, que reducen al máximo los aditivos y contienen perfiles nutricionales mucho mejores. El precio, por tanto, refleja esta calidad, o dicho de otro modo, inviertes en tener menos enfermedades, lo cual es un ahorro futuro.
Si queremos productos acordes a los límites del planeta, que cuiden de la salud y de las necesidades de las personas, esta lógica de los precios debería ser al revés. Los productos agroindustriales convencionales deberían incluir en su precio el coste para la salud humana y la contaminación que generan. Así se acercarían mucho a los productos más éticos. Y si además regulamos los precios en origen para que ningún productor ni productora se arruine, entonces conseguiremos igualarlos. Para ello necesitamos la fuerza de las consumidoras y consumidores comprando siempre precios justos y exigiendo políticas públicas que lo cambien todo.
Esta es solo una pequeña explicación de los precios justos vs. precios bajos. Ahora debes elegir por cuáles apuestas tú.